domingo, 27 de marzo de 2016

La tela de araña



La desaparición de la mujer y de lo femenino de la esfera de lo público se produce cuando se invierten los papeles. En nuestros comienzos como especie, lo importante es la maternidad, es lo que asegura la supervivencia del grupo, y por ello el grupo protege a las mujeres. El hombre es sustituible, no importa poner en riesgo la vida de los hombres, pero ellas resultan imprescindibles. Así se produce el reparto de papeles, la división del trabajo, entre los cuidados y el mantenimiento de la especie y el suministro de los medios para la supervivencia, mediante la caza (fundamental para la alimentación del grupo y para que las madres puedan alimentar mediante la lactancia a la prole).
En algún momento de la historia (con el descubrimiento de la aportación masculina a la fecundación, probablemente, como en otra entrada de este blog se comenta), comienza esa inversión de los papeles.
Ahora la mujer ya no hace nada importante, ahora la mujer desaparece del ámbito público. Pero ¿desaparece realmente? Nunca ha desaparecido de ese ámbito, siempre ha estado ahí. El problema es que hemos hecho desaparecer las categorías de lo femenino de ese ámbito público. En él las categorías son las categorías de lo masculino y, así, nos vemos obligadas a juzgar lo que las mujeres hacemos desde unas categorías que no nos corresponden. Categorías basadas en la competencia, violenta o no, en la rivalidad, en el enfrentamiento. Y esas categorías no representan necesariamente lo femenino.
Pero estas categorías no nos corresponden porque, realmente, tampoco corresponden a lo masculino. Esa es precisamente la trampa de la tela de araña en la que la sociedad nos hace caer. Si eres mujer, tienes que responder a una serie de categorías con las que has de sentirte identificada, en las que nos hemos de sentir reflejadas. Seremos “buenas mujeres” si somos cariñosas, fieles, amables, entregadas, respetuosas hacia los demás, sobre todo hacia los hombres, sacrificadas por los demás. Todas estas categorías nos niegan lo que por definición somos como seres humanos. Pero esta trampa también sirve para lo masculino. Y aquellos que no sean competitivos, violentos, infieles, desleales, etc., no son considerados “machos”, valiosos.
Se trata en cierto modo de romper con esa categorización que nos hace amoldarnos a unos rasgos con los que no necesariamente nos sentimos identificados, ni unos ni otros
Recuperar los valores femeninos no tiene por qué significar rechazar los masculinos, sino eliminar esa separación entre lo femenino y lo masculino, compartir esos valores, esas categorías, sentirse reflejados en aquellos valores o categorías con las que mejor nos sintamos. No importa que esos valores hayan representado hasta ahora a las mujeres o a los hombres. En definitiva, somos personas.